lunes, 9 de diciembre de 2013

EDUCACIÓN EMOCIONAL EN LAS AULAS

Unas clases dónde se impartan sentimientos en lugar de toda una sesión de conceptos y de teoría...¿posible? ¿eficaz para potenciar la capacidad cognoscitiva? O por el contrario ¿ineficaz e incoherente?

La educación emocional, a pesar de ser un concepto que está referido al ámbito educativo como un proceso de toda educación, permanente y continuo, escasea de toda aplicación práctica en las aulas.

Dicha educación pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social” (Bisquerra, 2000)

Si es así... ¿por qué no aplicarlo?

Un ejemplo, de los pocos que se pueden observar, es el del gran maestro Toshiro Kanamori, quien lleva a cabo una educación ejemplar: educa a los niños mediante la empatía, desde un ambiente donde predomine un respeto entre los niños. Se da pues una educación emocional.

Llevando a cabo una “pedagogia para ser feliz”, la pregunta que nos realizaríamos sería la siguiente:
imaginando que la educación emocional se fuera haciendo más y más patente en las aulas, ¿los padres aceptarían que sus hijos fueran educados para ser felices? Es decir, ¿se conformarían al saber que a sus hijos se les están impartiendo clases donde se fomente respeto y emociones y no únicamente lo “necesario” como són materias y teorías complejas?

Pero el problema está en la concepción de infravalor que las emociones tienen en el ámbito educativo, como si no fueran necesarias, destacando así la educación bancaria propiamente de Freire, siendo pues los alumnos unos sujetos ligados a las materias y al profesor, una educación cuadriculada que fomenta pues esos alumnos encasillados a intereses sociales.

Deberíamos replantearnos la importancia desde bien pequeños de una educación donde se fomenten las emociones. Tal vez esta falta de educación justifica ciertos comportamientos en los adultos.







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